Luego de un año de sucedido el terremoto de febrero del 2010, he querido hacer una conmemoración diferente a las que veremos en televisión y leeremos en los periódicos.
Este es un extracto del libro Confieso que he Vivido", de Pablo Neruda, que permite demostrar que desde nuestros primeros días como país y hasta el fin de ellos, los sismos y terremotos serán parte de nuestras vidas........
Aquí cada ciudadano lleva en sí un recuerdo de
terremoto. Es un pétalo de espanto que vive adherido al corazón de la ciudad.
Cada ciudadano es un héroe antes de nacer. Por que en la memoria del puerto hay
ese descalabro, ese estremecerse de la tierra que tiembla y el ruido ronco que
llega de la profundidad, como si una ciudad submarina y subterránea echara a
redoblar sus campanarios enterrados para decir al hombre que todo terminó.
A veces, cuando ya rodaron los muros y los techos
entre el polvo y las llamas, entre los gritos y el silencio, cuando ya todo
parecía definitivamente quieto en la muerte, salió del mar, como el último
espanto, la gran ola, la inmensa mano verde que, alta y amenazante, sube como
una torre de venganza barriendo la vida que quedaba a su alcance.
Todo comienza a veces por un vago movimiento, y los
que duermen despiertan. El alma entre sueños se comunica con profundas raíces,
con su hondura terrestre. Siempre quiso saberlo. Ya lo sabe. Luego, en el gran
estremecimiento, no hay donde acudir, porque los dioses se fueron, las
vanidosas iglesias se convirtieron en terrones triturados.
El pavor no es el mismo del que corre del toro
iracundo, del puñal que amenaza o del agua que se traga. Este es un pavor
cósmico, una instantánea inseguridad, el universo que se desploma y se deshace.
Y mientras tanto suena la tierra con un sordo trueno, con una voz que nadie le
conocía.
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